¡Respóndeme Dios con un milagro…!
“Si eres Dios, entonces obra un milagro”, gritó presa de la desesperación en la pequeña capilla de la clínica, cuando los médicos le anunciaron que su pequeño hijito, de apenas dos días de nacido, estaba para morir. La enfermedad que descubrieron, estaba tomando fuerza en todo el pequeño cuerpecito.
“Vamos, respóndeme, Dios”, vociferó de nuevo para encontrarse con el silencio apacible de un lugar solitario, rodeado de sillas, en la que pareciera sentirse al Señor mismo, a su lado. Se sentó con angustia y dejó que las lágrimas brotaran como un manantial inagotable.
El poder del Creador se manifestó en el pequeñín. No lo hizo para probar que su poder era ilimitado sino por misericordia. Una semana después daban de alta a su esposa y al recién nacido. Aunque no imaginó que ocurriría un milagro, Dios le demostró que estaba atento a su desesperación y que, en su infinito amor, iba en su ayuda para mostrarle que hay alguien Superior, que hace posible todas las cosas...
Nuestro Supremo Hacedor nos oye cuando oramos. Él tiene poder ilimitado para manifestarse en nuestras vidas. Sin embargo es necesario ir a Su presencia con humildad, reconociendo que la misericordia divina es la que responde. No tenemos méritos para recibir nada. Es simplemente y llanamente por el amor de Aquél que nos creó.
“Un día algunos maestros de la ley y fariseos se acercaron a Jesús a pedirle que realizara algún milagro que demostrara que realmente era el Mesías. Pero Jesús les contestó: —Solo una nación perversa e infiel pediría más señales; pero no se le dará ninguna más, excepto la señal del profeta Jonás. Porque de la misma manera que Jonás estuvo en las entrañas de un monstruo marino tres días y tres noches, yo, el Hijo del Hombre, pasaré tres días y tres noches en las entrañas de la tierra” (Mateo 12:38-40. La Biblia al Día).
El amado Señor Jesús les dijo que los milagros y señales no son para despertar admiración, voces de sorpresa ni tampoco para demostrar que en nosotros hay más espiritualidad que en otros. Él obra cuando quiere y en quien quiere.
En su existencia o la de alguien cercano puede producirse un milagro; no lo pida como un reto a Dios, pídalo como un don que usted y yo, con la mano en el corazón, no merecemos.
No cese de clamar. Hágalo con fe, dejando de lado toda sombra de duda. Persevere (Lucas 18:1). No permita que los incrédulos, que no han de faltar a su alrededor, le lleven a desistir. ¡Dios responderá!. Créalo.
Si desea que le ayudemos a interceder por ese milagro, escríbanos ahora mismo...
¡No le ponga límites a Dios!
Siempre tuvo el convencimiento de que los cristianos evangélicos eran un grupo de fanáticos. “No dejan dormir, en especial los domingos en la mañana”, se quejaba. Le incomodaban los cantos en el templo y que, con las palmas, alabaran a Dios. “Existen otras formas de dar gracias a Dios”, aseguraba.
Pero el día que el mal tocó a su puerta, debido a que su madre se encontraba gravemente enferma en una clínica, comprendió la grandeza de su error.
“Siempre los veo alegres, como si nada les afectara”, razonó. Y, desesperada porque los facultativos no daban mayores esperanzas de vida para su progenitora, se encaminó a la capilla.
Habló con el pastor. “Sin duda Dios les escucha a ustedes más que a una pecadora como yo”, le explicó. Con la Biblia abierta, el ministro le expuso que Dios nos ama a todos, y cuando estamos en Su voluntad, nos escucha a todos.
Después de animarla a recibir a Jesucristo como su salvador personal, la animó a orar a Dios en procura de un milagro.
Se aferró en clamor. Era su única y última esperanza. Lo hizo como el náufrago que se aferra al pedazo de madera que la salvará. Oraba en todo momento. Once días después se produjo la respuesta. Su madre salió del estado de coma en que se encontraba sumida.
Hoy las dos asisten a la iglesia. Zuleima Carabalí Obonaga está convencida, ahora sí, de que Dios obra poderosamente y que somos usted y yo, con nuestra incredulidad, quienes podemos poner límites a su mover maravilloso.
La incredulidad, un obstáculo
La incredulidad es un obstáculo para que se manifiesten los milagros de Dios. Es cierto, Él puede obrar por encima de nuestra voluntad, sin embargo no es arbitrario. Jamás obrará atropellando ni obligando. Él es Dios pero también, es nuestro Padre y nos ama. Y a través de los problemas nos permite descubrir que le necesitamos.
Hay un pasaje bíblico revelador en el que hallamos los tropiezos que pone la incredulidad:
“Aconteció que cuando terminó Jesús estas parábolas, se fue de allí. Y venido a su tierra, les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se maravillaban, y decían: ¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, tiene éste todas estas cosas? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa. Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos.” (Mateo 13:53-58).
Observe que el Señor Jesús quería manifestarse. El problema no era Él sino ellos, por su grado de incredulidad.
Tal vez ocurre igual con su existencia. Anhela la intervención divina para que cambien las circunstancias que enfrenta. Puede tratarse de asuntos económicos, de salud o incluso, de relaciones interpersonales.
Es hora de hacer una auto evaluación
Revise su vida. Es probable que las sombras de la duda estén impidiendo la manifestación ilimitada de Dios.
Si descubre que es así, medite por un instante que nuestro amado Padre creó el universo. Todo cuanto existe es fruto de su mano prodigiosa. Para Él no es imposible hacer algo especial en su existencia. Entonces, ¿por qué levantar barreras?
Clame a Él. Tenga la certeza de que los milagros ocurrirán. Nada es imposible si nuestra fe está afincada en el Creador.
Publicado en: Estudios Bíblicos
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