Prepare su mente para la victoria
La diferencia entre el fracaso y la victoria es lo que anidan las personas en su corazón.
Una mente que alimentamos con negativismo, rencor e incluso prejuicios hacia los demás, no puede producir nada bueno. Las consecuencias serán actitudes y acciones encaminadas a generarnos problemas en todo cuanto emprendemos.
Por el contrario quienes tienen fe y esperanza en Dios, se sobreponen a los obstáculos y, generalmente, se encaminan a la victoria cualquiera sea la situación que enfrenten.
¿Qué guarda en su corazón?
Científicamente identificamos el corazón como el músculo que palpita incesantemente para darnos vida. Sin embargo, en las Escrituras hallamos que el corazón es el lugar donde se guardan nuestras emociones y sentimientos. La palabra proviene del término griego Kardia.
Cuando tenemos claro el concepto, entendemos en su verdadera dimensión lo que quiso decir el Señor Jesús cuando enseñó a sus discípulos, y a nosotros hoy:
“…porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lujuria, la envidia, la calumnia, el orgullo y la insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre. ” (Marcos 7:21-23)
Estas palabras dejan claro que nuestro ser más íntimo, aquél que nadie conoce, debe ser guardado ya que almacena, tanto los pensamientos que conducen a las acciones positivas y edificantes, como las que llevan a practicar la maldad, cuyas consecuencias son desastrosas para todo ser humano.
Lo que decimos o hacemos sin duda es el reflejo de lo que hay dentro nuestro. Es probable que nadie alrededor, ni siquiera la persona más cercana en su vida sentimental.
Permita que Dios limpie su corazón
Es evidente, como leemos en la Palabra, que Dios conoce lo más profundo de nuestro ser y a Él no le podemos mentir: “…porque el Espíritu todo lo escudriña…” (1 Corintios 2:10).
El rey David se reconoció delante del Señor que estaba totalmente expuesto.
El rey David se reconoció delante del Señor que estaba desnudo en Su presencia. “Jehová, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme. Has entendido desde lejos mis pensamientos.” (Salmos 139:1)
Si Dios nos conoce en nuestra intimidad y sabe cuáles son nuestros pensamientos y tormentos, el es quien puede traernos sanidad.
Examine su corazón con ayuda de Dios
Cuando no conocemos lo que hay dentro de nosotros, en el corazón, difícilmente podemos cambiar.
Negaremos, por ejemplo, que guardemos rencor. O tal vez que albergamos temores. Pero si descubrimos lo que albergamos, el proceso de crecimiento personal y –por supuesto— espiritual, será mucho más fácil.
El autor sagrado describió una radiografía de quién era. “Examíname, Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en el camino eterno.” (Salmos 139:23-24. Cf. ).
Si nos tomáramos el trabajo de realizar una autoevaluación, un examen juicioso, sin duda descubriríamos los errores en los que incurrimos y los cambios que, con el poder de Dios, debemos aplicar. No es en nuestras fuerzas sino en las del Señor.
Tenga claro que sí es posible cambiar. Y si hay heridas en nuestro mundo interior, podemos experimentar sanidad. Dios nos ayuda a lograrlo.
Pero es esencial que sometamos a Él todo nuestro ser, los sentimientos y pensamientos, y si hay heridas, pedirle que nos sane.
Con el mover de nuestro amado Hacedor, se producirán los cambios que tanto necesitamos. Grábelo en lo más profundo de su corazón: Dios le ofrece una oportunidad para emprender el camino que siempre anhelo…
¡Tome la mejor decisión de su vida!
Hoy es un día muy importante para su vida. No leyó estas líneas por casualidad. Sin duda, Dios tiene un plan. Es algo maravilloso. Le abre las puertas para que cambie y crezca, como persona y en su relación con el Padre.
¿Cómo hacerlo? Recibiendo a Jesucristo como Su Señor y Salvador. Es muy sencillo. Simplemente repita, en sus propias palabras:
“Amado Señor Jesús: reconozco que he pecado. También, que moriste en la cruz por mis pecados, para traerme perdón. Te abro mi corazón. Entra en él y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.
¡Felicitaciones! Ha dado el paso más importante de su vida. Ahora tengo tres recomendaciones para usted: La primera, que hable diariamente con Dios. Orar es hablar con Dios. La segunda, que lea la Biblia. En ella aprenderá principios que transformarán su existencia, y la tercera, que comience a reunirse en una iglesia cristiana.
Publicado en: Estudios Bíblicos
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