Depender de Dios nos lleva al cambio y a la prosperidad
Greta cerró la puerta con violencia. Detrás quedaban sus padres atónitos, en medio de un desayuno a medio consumir, una mañana soleada de domingo. Corrió lo más fuerte y veloz que pudo y cuando Cecilia, su progenitora salió a la calle, la joven estaba abordando un taxi.
Jamás olvidaría ese incidente porque marcaría el comienzo de una nueva vida, de la que se arrepintió por muchos años.
Azuzada por unos amigos, se mudó al apartamento de otra chica, igualmente rebelde y quien se preciaba de ser independiente, contraria a cualquier regla superior. Días después descubrió de dónde provenían los ingresos: de la prostitución.
La muchacha terminó involucrada en el negocio. Ganaba buenos recursos. Pero a la par, comenzó a sentir asco por los hombres. Los veía como seres licenciosos, infieles, que obraban movidos más por el instinto que por la razón. Por ese motivo rechazó varias propuestas de hombres que pretendieron sacarla del bajo mundo.
Greta se independizó. Consiguió su propia residencia y trabajaba desde casa, atendiendo citas por teléfono. Las ganancias eran cada vez más abundantes, así debiera restringirse de comer para conservar un peso “ideal” y consumir licor y hasta drogas. El dinero que conseguía terminaba invirtiéndolo en lujos, cocaína y heroína.
Cierto día, cuando consideraba que su vida era un laberinto sin salida, decidió ir a un teatro cercano donde proyectaban la “Pasión de Cristo”.
El filme le impactó y la llevó a cuestionar no solo su forma de pensar sino de actuar, sujeta a la prostitución y las drogas. Tomó dos decisiones que considera, fueron esenciales: la primera, se aisló cambiando línea telefónica y lugar de habitación; y la segunda, comenzó a asistir a una pequeña iglesia, cerca de su área.
Dios le permitió conseguir un trabajo, como dependiente de una Boutique. Hoy tiene su propio negocio, en San Salvador. Su vida cambió dramáticamente. Salió del ahogo con el que luchó por mucho tiempo…
Dependiendo del hombre… o de Dios
¿Qué determina el que a una persona le vaya bien y a otras no? ¿Influyen factores como la buena suerte o portar en la parte más recóndita de la billetera una patica de conejo? ¿Sirven de algo los sortilegios supuestamente mágicos?
Sin duda muchos interrogantes cruzarán por su mente en este momento. Estas preguntas le han llevado a examinar rápidamente lo que está ocurriendo con su propia cotidianidad.
Tal vez sus días han sido una concatenación de fracasos, como un río correntoso que se precipita impetuoso a un cause desconocido. Es probable incluso que haya sentido desesperación porque es consciente que lo ha intentado todo, pero nada parece funcionar.
“No hay esperanza para mi”, me dijo Raquel, una profesional con especialización que veía con desánimo de qué manera cada peso que llegaba a su bolsillo se iba con la misma facilidad que agua entre los dedos.
Una bruja a la que había consultado días atrás le había pronosticado prosperidad, pero todo iba de mal en peor, contradiciendo el augurio que creyó beneficioso y en el cual cifró sus esperanzas.
Ricardo, un próspero negociante cuya cuenta de ahorros engordaba progresivamente, se quejó porque su hogar era un caos. ¿De qué servía que viviera en una de las zonas más privilegiadas de la ciudad? Su esposa le gritaba— a la menor provocación— que lo iba a abandonar, llevándose consigo a sus dos hijitos de tres y cinco años.
Cosechamos lo que sembramos
Hay una ley universal, ineludible, sustentada en las Escrituras y que se refleja en todo cuanto experimentamos cada día: usted y yo cosechamos lo que sembramos. Inexorable. Nuestras acciones de ayer desataron las consecuencias que enfrentamos hoy; y cuanto hagamos en el presente, abona el terreno para lo que viviremos mañana.
Uno de los escritores más antiguos de la humanidad explicó este principio en los siguientes términos: “No dabas de beber agua al cansado y negaste el pan al hambriento. ¡Tú, el hombre pudiente que poseía la tierra, el distinguido que habitaba en ella, a las viudas enviabas vacías y quebrabas los brazos de los huérfanos! Por eso estás rodeado de lazos y te turba un espanto repentino; estás en tinieblas, de modo que no ves, y te cubre un torrente de agua. ” (Job 22:7-11)
Todos los seres humanos debemos hacer un alto en el camino periódicamente y examinar cómo está nuestra vida. Sin duda descubriremos que usted y yo somos responsables por gran parte de las cosas que nos ocurren actualmente.
Si cambiamos, volviendo nuestra mirada a Dios en procura de ordenar el curso de nuestros días, conforme a Su voluntad, necesariamente cambiarán las cosas.
¿A quién beneficia el cambio?
Se ha preguntado, ¿a quién beneficia la decisión que usted tome de cambiar? A usted y a nadie más que a usted.
A veces pensamos equivocadamente que el más interesado con nuestra transformación personal y espiritual es el Señor. Tremendo equívoco, como advierte el autor sagrado: “¿Le satisface al Omnipotente que tú seas justo? ¿Le aprovecha de algo que tú hagas perfectos tus caminos? ” (Job 22:3).
¿A qué viene este planteamiento? Al convencimiento fundamental de que si deseamos que se produzca una modificación en el entorno que nos rodea, quien debe comprometerse y dar el primer paso hacia esa transformación, debe ser usted.
Por un instante piense que está haciendo un balance— pero no de carácter financiero sino de su vida— en el que entrará a considerar las pérdidas y ganancias.
Los ratos felices y los momentos de tristeza, desesperanzo o incertidumbre de los últimos días, semanas o meses.
¿Qué se puede hacer para salir del laberinto? Disponernos al cambio con la ayuda de Dios. Es el primer y más grande paso que usted debe dar si quiere salir a flote, emerger en medio de la desesperación.
El comienzo de nuestro fin
¿En qué momento comienza la crisis en nuestra vida? Pregúnteselo. Tómese un tiempo. ¿Quiere una respuesta? El comienzo del fin se desencadenó desde el momento en que nos apartamos de Dios.
Al respecto el autor sagrado anota: “Ellos decían a Dios:"¡Apártate de nosotros!"¿Y qué les había hecho el Omnipotente?” (Job 22:17)
Separarnos de nuestro Padre celestial es la peor decisión que podemos tomar. Armando, un joven aficionado a la informática, se quejaba hace unos pocos días de la crisis en que se encontraba inmerso: “Mi hogar está desecho. Estoy separado de mi esposa, y aunque le fui infiel en varias oportunidades, descubrí que la amo, pero ya es tarde.”, dijo preso de la desesperanza.
Lo trágico de todo el asunto es que había sido cristiano practicante por mucho tiempo. El mundo lo arrastró de nuevo, se apartó del Señor y se precipitó hacia un espiral sin fondo a la debacle.
Si busca a Dios, cambiarán las circunstancias
A la pregunta de si es posible salir de la encrucijada, tengo una respuesta corta y considero que categórica: definitivamente si.
La Biblia tiene un fundamento claro para esta esperanzadora noticia: “»Vuelve ahora en amistad con Dios y tendrás paz; y la prosperidad vendrá a ti. Toma ahora la Ley de su boca y pon sus palabras en tu corazón. Si te vuelves al Omnipotente, serás edificado y alejarás de tu morada la aflicción. ¡El Todopoderoso será tu oro y tendrás plata en abundancia! ” (Job 22:21-23, 25)
No tiene sentido que siga hundiéndose en sus propias fuerzas. Por ese camino sólo se orienta hacia el abismo. Piense que el panorama puede cambiar, que está en sus manos, y los resultados serán del cielo a la tierra.
Puede significar un giro de ciento ochenta grados. ¿De quién depende? De usted. Basta con determinar volverse a Dios, someterse a Él y andar en Sus caminos.
Dirigir nuestra mirada al Padre celestial, nuestro amoroso Padre, es el paso fundamental de todo aquél que quiere una vida diferente. El cuadro de adversidad se modificará y todo obrará a su favor. Es tornar en intimidad con el Señor lo que nos asegura que las peticiones recibirán contestación: “Entonces te deleitarás en el Omnipotente y alzarás a Dios tu rostro. Orarás a él y él te oirá…” (Job 22:26, 27). Sólo en Dios, tomados de Su mano, tenemos garantizadas la prosperidad y la bendición para cuanto hagamos: “Asimismo lo que tú determines se realizará, y sobre tus caminos resplandecerá la luz. ” (versículo 28)
Hoy es el día para comenzar de nuevo; una nueva en la que deje atrás el sino de la derrota que sembró y regó con acciones distantes de la voluntad de Dios de Dios. Pero todo puede ser diferente. Parte de una decisión que no es más que suya y nada más que suya. Si da el primer recuerde que el Señor lo espera con los brazos abiertos, dispuesto a ayudarlo en ese proceso.
¿Ya tomó la decisión más importante?
La decisión más importante de todo ser humano es recibir a Jesucristo como Señor y Salvador. Si no lo ha hecho aún, le invito para que lo haga ahora, mediante una sencilla oración allí donde se encuentra. Dígale:
“Señor Jesucristo, gracias por morir en la cruz para perdonar mis pecados y darme una nueva oportunidad. Te recibo en el corazón como único y suficiente Salvador. Haz de mi la persona que tu quieres que yo sea. Amén”
Si tomó la decisión, felicitaciones. Le invito ahora para que siga tres pasos: el primero, haga de la oración un principio de vida diaria. Orar es hablar con Dios. El segundo, lea la Biblia. En ella aprenderá principios dinámicos que le llevarán al crecimiento personal y espiritual. Y el tercero, comience a congregarse en una iglesia cristiana en donde encontrará hermanos en la fe que le ayudarán en su proceso.
Publicado en: Estudios Bíblicos
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