¿Cómo nos perjudica enredarnos en chismes?
El comentario lo hicieron en la cafetería de la empresa. Al mediodía. En el almuerzo. Alguien que lo dijo en voz baja. Los demás callaron, no obstante que estaban atentos.
Alrededor el ruido ensordecedor de quienes, una vez tenían en sus manos las bandejas, buscaban con interés un espacio libre para sentarse. Y los inevitables: “Hey, guárdame ese puesto que ya voy”. También los cubiertos que caen, bien porque alguien estaba acomodándose junto a la mesa o porque con el brazo, con descuido, lo arrojó al piso.
— Gustavo y Martha tienen algo. Los he visto salir de la oficina. A ver, dime, ¿a qué crees que salen y se dirigen por la avenida principal? ¡No se necesita ser un genio para adivinarlo!— dijo alguien.
A partir de ese momento las palabras concatenadas con veneno, urdidas en un espacio atiborrado de empleados que escatiman hasta un segundo para aprovecharlo bien antes de regresar a su sección, tomaron las dimensiones de un incendio en un bosque reseco. Primero crepitando quedamente para convertirse— con el transcurrir de las horas— en voraces llamaradas que destruyen todo a su paso.
Para los dos trabajadores, Martha y Gustavo, aquél chisme se convirtió en un verdadero calvario. No solo eran el motivo de comentarios de todos, sino que había quienes afirmaban haberlos visto entrando a un sitio específico, furtivamente, mirando al descuido para comprobar que nadie conocido estuviera por allí. Pero no había tal. Era producto de un cuento, de esos que se levantan por envidia o por venganza.
Cuando al esposo de Martha le fueron con el asunto, hizo un comentario que dejó perplejo al informante: “Conozco bien a mi mujer, y se que no sería capaz de algo así. Le recomiendo más bien, que cuide su vida y la de su cónyuge, antes de preocuparse por los demás", y le dejó con un palmo de narices antes de darse media vuelta.
Cuide su honra y la de su prójimo
Lamentablemente en nuestro medio una costumbre generalizada es hablar mal de los demás. Aún sin comprobar lo que se dice, y además, sin que nos interese el asunto, es probable que hagamos comentarios fuera de lugar de los cuales luego— no solo nos arrepentimos— sino que ponen en aprietos a los demás.
Se trata de una mala costumbre, que puede acrecentarse o por el contrario, modificarse cuando entran en juego dos elementos de suma importancia: el primero, dejar que el Señor Jesús trate con nuestra vida, y el segundo, la voluntad para cambiar.
Jesucristo enfatizó que prácticas como hablar de los demás, nacen de un corazón sin transformar: ” Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias ” (Mateo 15:19)
Cuando acogemos un comentario contra alguien, nos estamos convirtiendo en instrumento de destrucción para la vida de esa persona, destruyendo algo que es de muchísimo valor: su honra, tal como lo aprendemos en las Escrituras. ” Martillo y cuchillo y saeta aguda Es el hombre que habla contra su prójimo falso testimonio ” (Proverbios 25:18)
Uno de los principios que debe asistir a su vida, es el de no convertirnos en caja de resonancia de los chismes, sabiendo que si lo hacemos, no solo provocamos daño sino que abiertamente atraemos mal sobre nuestra existencia. ¡Piénselo! A partir de cosas pequeñas y con la ayuda del Señor Jesús, su vida puede ser cambiada.
Quien se enreda en chismes, atrae problemas
En un pueblecito de mi amado país, dos mujeres se vieron trenzadas en tremenda trifulca que terminaron involucrando dos familias. El problema es que justo esas dos familias eran mayoría.
Y cierto día, sábado para ser más específicos, armaron una batalla campal que dejó varios heridos y fue primera plana en los diarios. ¿La razón? Un chisme.
Los chismes son fuente de dolores. Quienes acarician comentarios malintencionados contra alguien, se verán envueltos en dificultades siempre. Esta sabia advertencia, de tanta importancia hoy día, la hizo hace siglos el rey Salomón cuando escribió: ” El que anda en chismes descubre el secreto; mas el de espíritu fiel lo guarda todo ” (Proverbios 11:13).
Lo aconsejable es quedarnos callados, sin adicionar nada a lo que nos comentan, y dejar sentado que además de no constituir una de nuestras prácticas al interactuar los demás, el chisme no es propio de quienes desean vivir a Cristo.
Evite a los chismosos
"Si hemos de desechar el pecado, tenemos que salirnos del mundo", me dijo hace poco alguien a quien compartí la necesidad de evitar enredarnos en asuntos de mundanalidad.
Y aunque respeto ese argumento— sin que lo comparta, por supuesto— es importante resaltar que una cosa es vivir en el mundo sin movernos bajo sus criterios, y otra bien distinta, aislarnos del mundo.
La Biblia nos aconseja, frente a los chismosos que abundan alrededor, que los evitemos; lo que de paso nos ahorrará muchos dolores de cabeza: ” El que anda en chismes descubre el secreto; No te entremetas, pues, con el suelto de lengua ” (Proverbios 20:19).
Piense por un instante cuántos líos pudo evitar con solo marginarse de quienes andan hablando en contra de los demás. Además, otro principio esencial que debemos considerar, es que amar al prójimo es justamente, no expresar ni acoger nada que le dañe tal como lo enseñó el apóstol Pablo a los creyentes de Roma: ” Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo ” (Romanos 13:9).
Si le permite a Jesucristo que reine en su vida, su vida puede ser transformada. Y esa transformación comienza con pasos pequeños, como la determinación que le invito a tomar hoy, de no volver a expresarse mal contra nadie de quienes le rodean. ¡Decídase hoy!
Algo que todavía le falta…
No podría concluir este estudio sin recomendarle algo que es esencial para su existencia. Recibir a Jesucristo en el corazón como único y suficiente Salvador. Es supremamente sencillo.
Basta con que le diga, ahora mismo, allí donde se encuentra:
"Señor Jesucristo, te agradezco el sacrificio en la cruz, en el que perdonaste todos mis pecados del pasado y me abriste las puertas a una nueva vida. Haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Te recibo hoy en mi corazón como único y suficiente Salvador. Amén"
Ahora que hizo la decisión— por la que dicho sea de paso lo felicito— , tengo tres últimas recomendaciones para usted: La primera, que hable con Dios diariamente, a través de la oración. Dígale cómo se siente. Compártale sus sueños y expectativas. Puedo asegurarle que todo será diferente.
La segunda, que lea la Biblia, en la que aprenderá principios dinámicos que le ayudarán en su proceso de crecimiento personal y espiritual, y la tercera y última, que comience a congregarse en una iglesia cristiana. Puedo asegurarle que estar junto a hermanos en la fe, le ayudarán a vivir a Cristo.
Publicado en: Estudios Bíblicos
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